El domingo 10 de noviembre a las 19.00 en la Iglesia Catedral los siete matrimonios diaconales recibieron el ministerio de la Palabra y la Eucaristía.

El obispo en su homilía señaló: “Siete matrimonios recibirán los Ministerios de la Palabra y la Eucaristía. Son los candidatos para el Diaconado Permanente, que acogiendo lo que dice el Documento de Aparecida, son “discípulos y misioneros del Señor, llamados a servir a la Iglesia como diáconos permanentes, fortalecidos, por la doble sacramentalidad del matrimonio y del Orden. Ellos son ordenados para el servicio de la Palabra, de la caridad y de la liturgia; también para acompañar la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia” (205).

Sigue el documento señalando: “Ellos deben recibir una adecuada formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral con programas adecuados, que tengan en cuenta -en el caso de los que están casados- a la esposa y su familia”.

Hemos querido realizar esta entrega de ministerios en camino a la celebración de los 500 años de la Primera Misa celebrada en el Estrecho de Magallanes. Desde hace tiempo nos veníamos preguntando, ¿cuáles son los desafíos que el Señor desea de nosotros, que podemos dejar como herencia de esta celebración de los 500 años?

La respuesta nos ha venido en los signos de los tiempos que estamos viviendo. En estas últimas tres semanas, se ha desvelado una serie de situaciones que manifiestan un descontento profundo, producto de desigualdades sociales, de mal trato, de falta de oportunidades en la salud y en la educación. De abuso de unos a otros, de experimentar que el consumismo no satisface el corazón humano, más bien va creando rencor y odiosidad cuando no podemos adquirir lo que nos ofrece: mucha ilusión y poca felicidad.

Lo hemos dicho y reconocido una y mil veces que también nosotros hemos colaborado al malestar y el sentimiento de impunidad e injusticia con los escándalos de los abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes. Nos ha costado reconocer que son un delito y como tal deben ser castigados y reparados. Estos hechos han causado un gran mal y han sido la gran sombra en la vida y la acción de nuestra Iglesia Diocesana. Pero también en nuestras comunidades, vivimos situaciones de malos tratos, de abusos innecesarios, de poder desmedido, etc.

En este tiempo nuestro aporte, a parte, de abrir nuestros espacios y participar en las distintas estancias de diálogo que busquen el bien común y enfrentar lo que estamos viviendo, me parece que hay un profundo llamado de Dios de seguir en nuestro camino de discernimiento que tiene como gran llamado el saber escucharnos, no cerrarnos en nuestras posiciones, saber acoger al otros y juntos buscar la voluntad de Dios. El ejercicio de escuchar significa humildad, sencillez, libertad interior.

En este ejercicio de escuchar, revitalizar el llamado de anunciar y servir la Buena Noticia de Jesús, a compartir con todos la alegría que nace del Evangelio. Volvamos a interesarnos por el vecino, por aquel que ha dejado de venir a nuestra comunidad, salgamos al encuentro del otro, volvamos a colocarnos al servicio del hermano, seamos humildes y perdonemos de corazón aquello que nos ha herido y hecho mal.

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